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miércoles, abril 7

la escuela es de los profesores




El valor de una experiencia reside en poder contarla, en el acercamiento de dos mundos, el de la práctica y el de la teoría, el de los acontecimientos y el de las palabras. Quien es capaz de hacerlo se vuelve más sabio, porque añade a lo que dice la certeza absoluta que le aporta su propia vivencia
Los padres quieren para sus hijos la mejor escuela, pero no saben que la mejor escuela es aquella en la que existe una mayor proporción de buenos profesores, la escuela “es” los profesores, y sólo los profesores. Todo lo demás -jardines y laboratorios, ordenadores y uniformes, horarios y actividades múltiples, viajes y comedores, edificios elegantes y barracones prefabricados- es secundario.
Un profesor basta para salvar a un alumno. Bajará a lo más profundo a repescarlo, y si se le escapa, volverá a intentarlo.
¿Cuáles son las cualidades de un buen profesor?
Podemos  resumirlas en  tres: atención, inocencia y amor.
 La atención de un profesor es su presencia, su capacidad de estar en clase bien visible, de tener presentes a cada uno de los alumnos, de distinguirlos uno por uno para darles existencia, de estar allí y no en otra parte.
Estar en el presente de la clase significa no poner a los alumnos en el pasado de “no han hecho nada en los cursos anteriores”, ni tampoco en el futuro de “así no irán a ninguna parte, no se graduarán o se estrellarán en la selectividad”
La segunda cualidad es la inocencia,  inocente es aquel que no es nocivo. Un buen profesor es feliz enseñando su materia. Un profesor bueno se alegra de los progresos de todos sus alumnos, no se impacienta con la lentitud de algunos, no considera jamás los fracasos como un insulto personal y se muestra tan exigente y riguroso como él mismo lo es respecto de lo que enseña.
 La tercera cualidad es la del amor. Un buen profesor no buscará sustituir a un padre o a un amigo, no pensará en sus alumnos más allá de sus clases, pero los tendrá en consideración, los respetará. Su amor no tiene que ver con la simpatía o la antipatía, sino con el hecho simple de que él está ahí para tirar hacia arriba de los que se hunden, para lograr que cada cual encuentre su puesto en la orquesta.
Así nos lo cuenta  Daniel Pennac, en su libro Mal de escuela. Daniel Pennac fue un burro en la escuela, un fracasado, un alumno lamentable. Y luego dejó de serlo, y luego supo contarlo.
¿Estáis de acuerdo?

1 comentario:

natalia dijo...

totalmente Felipe, enhorabuena por tu blog