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viernes, octubre 1

Teología del barro

Hoy os propongo una bonita reflexión procedente de la religión oriental.

Uno de los festivales religiosos más populares en la India es el del dios Ganesh (Ganesh Chaturthi), y en él tiene lugar una ceremonia que a primera vista choca un poco. Se han moldeado de antemano literalmente miles de imágenes de Ganesh, y ese día se llevan en procesión al mar donde hay mar, y al río donde hay río, y se arrojan a las aguas para que se disuelvan en ellas. Las imágenes son de arcilla o barro o escayola, y desaparecen rápidamente en las olas o corrientes.

Pero ¿qué quiere decir ese extraño rito?

Yahvé en el Sinaí mandó a Moisés que no se hicieran imágenes de Dios. El peligro era y es tomar a la imagen por la realidad. Imágenes de Dios hechas por nuestras manos, por bellas que sean, son limitadas. Y conceptos de la divinidad elaborados por nuestra mente, por nobles y dignos que sean, son imperfectos.

Necesitamos imágenes y conceptos de Dios para dar forma a nuestra fe, pero hemos de reconocer también su limitación, ya que nuestras manos son de carne y nuestra imaginación es de líneas y colores. Y la divinidad está muy por encima de líneas y colores.

Deus semper maior. Dios siempre es más.

Los hindúes tienen las Letanías de los Mil Nombres de Dios (Sahasra Nam), y después de cada nombre recitan la respuesta “No es eso, no es eso” (neti, neti). Porque es todo, y es más allá de todo. Todo adjetivo ha de ser pronunciado... y descartado. Todo concepto nuestro de Dios ha de ser apreciado, atesorado, amado..., y trascendido.

Santo Tomás de Aquino llamaba a eso “la vía de la afirmación, negación, y trascendencia.” Ese es el proceso. Nos va a durar toda la vida..., y toda la eternidad.

Hacemos bien en labrar imágenes de Dios en mármol para significar su eternidad; y hacemos también bien en moldear imágenes de Dios en barro para reconocer nuestra cortedad. Reconocemos que Dios es infinito mientras nuestro entendimiento es finito, y así expresamos a Dios como hoy lo conocemos, y nos abrimos a como Él querrá que lo conozcamos mañana.

Atesoramos nuestra imagen de hoy, y nos desprendemos de ella ante la de mañana. Dios es siempre nuevo. El hebreo no hacía imágenes de Dios. El hindú las renueva cada año. Es el mismo gesto.

En el Japón visité un templo sintoísta que se destruye por completo cada veinte años y vuelve a edificarse al lado de manera distinta. Para no acostumbrarse. Otra vez el mismo gesto.

El secreto de avanzar en el conocimiento de Dios es estar dispuestos a arrojar al mar –con fe, con cariño, con nostalgia, con reverencia, con devoción, con ilusión– la imagen del año anterior.


Carlos A. Vallés S.J.

Español, escritor y profesor de matemáticas.
Vivió 50 años en India

Leído en fe adulta 

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