Con demasiada frecuencia deja de ser reconocida y aceptada la dignidad que merece cada ser humano. Tolerancia e intolerancia son las dos caras de una misma moneda: la moneda del desagrado que nos producen los otros y que se transforma en odio y desprecio en ocasiones.
La dificultad de aceptar al otro como es se da a todos los niveles, desde el más cotidiano al del entendimiento entre culturas o ideologías distintas. Nuestra historia está llena de ejemplos de rechazo a gitanos, judíos, musulmanes, negros, homosexuales, leprosos, sidosos, etc.
Kant hablaba de la sociedad insociable cuando afirmaba que somos y no somos sociales, necesitamos de los demás y los detestamos por mil razones, a menudo vergonzantes.
Y si este desprecio pasa de la individualidad a la colectividad aún es más grave. En Europa, ( Francia, Alemania, Holanda, Italia, Bélgica, Suecia, entre otros ), empieza a oírse un run run lleno de xenofobia y racismo, desde
“ el Islam es parte de Alemania y parte de Europa, parte de nuestro presente y de nuestro futuro" hemos pasado a "Los intentos de construir una sociedad multi-cultural en Alemania han fracasado, han fracasado por completo" junto a : “la imagen cristiana de humanidad es lo que nos define, quienes no lo acepten están de más aquí”
¿Qué sucede? ¿Es una respuesta a la crisis en contra de la emigración? O por el contrario los trabajadores emigrantes y, en especial los musulmanes, se han convertido en el recurso del momento para resolver la crisis. Una forma muy poco cristiana por cierto para resolver los problemas.
Somos cada vez más los que consideramos que es necesario, urgente me atrevería a decir, construir una ética universal aceptable a todos, fruto de la mezcla de culturas, ideologías y religiones. Valores mínimos, que sean el punto de partida ineludible para el diálogo y el consenso de normas y actitudes que no compartimos todavía.
Para seguir haciendo camino
Rafael Poch, la fea Europa del bostezo
José Antich, la multiculturalidad
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