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jueves, abril 14

La autonomía personal

Soy una persona adulta, mayor de edad desde hace mucho tiempo, no incapacitada, y, de momento, miembro de la iglesia católica.

Y digo que todavía soy miembro de la iglesia católica, porque quiero pensar que no existe incompatibilidad alguna entre ser persona y pertenecer a la iglesia católica.

Sin embargo la realidad de todos los días me obliga a poner en duda tal pensamiento y pertenencia, cuando observo que en el ámbito de esa iglesia, por ejemplo, se sigue prohibiendo la publicación de determinados libros o se impide dar una conferencia a determinada persona en un local parroquial, y todo ello no porque se trate de personas (el autor del libro o el conferenciante) sospechosas de atentar contra los derechos humanos, sino simplemente por el hecho de que no coinciden, al parecer, en su visión de la iglesia con la que tiene la jerarquía dominante en este momento dentro del ámbito de esa misma iglesia. Las personas a las que se refieren los ejemplos que he elegido, son Don Jose Antonio Pagola y Don Jose Arregui. Existen muchísimas más.


Quede bien claro que, de momento, no pretendo defenderles a ellos, que también, sino reivindicar y salvaguardar mi autonomía denunciando a aquellos que desean limitarla a través de prohibirles publicar o hablar a esas personas, que es tanto como tratar de impedir que yo les lea o les oiga.

No entiendo cómo si en teoría dentro de esa iglesia se predica respecto de las personas, que conformamos y constituimos su base fundamental, el que somos libres y autónomas por naturaleza, es decir con capacidad suficiente para pensar y decidir por nosotros mismos, lo que a su vez constituye el fundamento de nuestra personal responsabilidad, se pueda al mismo tiempo mantener que no podemos publicar, hablar, leer o escuchar, lo que pensamos que debemos publicar, hablar, leer o escuchar.

¿O será que en esa iglesia todas las personas, tanto si somos clérigos o laicos (sobre todo estos últimos), somos consideradas, durante toda nuestra vida, menores de edad, sin criterio suficiente, con algún grado de incapacidad, y por ello necesitadas de tutela, que han de ejercer, quienes entre ellos se han elegido, por mor de un supuesto mandato divino y gracias a la inspiración del Espíritu Santo, como los poseedores de la única verdad revelada y, por tanto, dotados de una autoridad especial para imponernos a los demás, sin ninguna vergüenza, sus propios e interesados criterios?

Yo creo que no es ese el problema o, por lo menos, no el único problema.

Y digo esto porque resulta curioso (no es el único ámbito en el que ocurre) que cuando las personas dentro de esa Iglesia decimos que sí a todo y no nos planteamos ninguna duda ni problema, que pueda poner en tela de juicio la llamada doctrina tradicional de la iglesia, y el poder que en la misma se sustenta, no se pone ninguna traba a nuestra indiscutida autonomía y libertad. Entonces sí se dice y se defiende que somos libres y, precisamente, que en uso de esa libertad optamos por seguir la doctrina que se nos muestra como la verdadera y por responsabilizarnos en función de ella.

Nuestra incapacidad solo aparece o se señala cuando se nos ocurre pensar por nuestra cuenta, y ya no digamos cuestionar, más allá del límite o de la línea roja que nos han marcado los que dominan y quieren seguir dominando. Sólo cuando ponemos en cuestión lo establecido, a su juicio, como ortodoxo, es cuando nos convertimos en un peligro y cuando hay necesidad –no de convencer- de prohibir escribir, hablar, leer y escuchar.

Da lo mismo que lo que se escriba o diga sea razonable, que se diga de forma respetuosa y sin pretensiones de imponer nada, que esté basado en la lógica, o sustentado en los descubrimientos científicos o que sea el resultado de investigaciones profundas y de buena fe. Es entonces y solo entonces cuando se nos niega el carácter de personas libres, es decir de personas. ¿Por qué? ¿Qué es lo que ponemos en peligro? ¿A quién ponemos en peligro? ¿Qué es lo que hay que salvar o preservar?

Por eso es por lo que me planteaba la cuestión inicial. ¿Es incompatible el ser persona con el hecho de ser católica o pertenecer a la iglesia católica?

La cuestión no es baladí, porque si la contestación fuera afirmativa, la solución pasaría, necesariamente, al menos en mi caso, por decir, no quiero ser católico. No quiero renunciar a ser una persona libre.

Sin embargo, yo, aunque no tengo conocimientos de teología (ni creo que deba de tenerlos necesariamente para poder expresarme en estos términos), estoy convencido de que no es ni debe ser así. Que la doctrina basada en el amor no puede ser incompatible con la consideración de la persona libre. Que por muy limitada y vulnerable que sea una persona (lo somos todos, incluidos los jerarcas), la imposición y la prohibición no pueden prevalecer sobre el convencimiento basado en el conocimiento, en el diálogo sincero y respetuoso y en la razón, y que la supuesta única verdad ni existe ni puede, en ningún caso, prevalecer sobre la plural visión del mundo y de la moral.

Por eso, de momento no me borro de la iglesia católica, pero tampoco me callo, uniéndome a los que, desde dentro o fuera de esa misma iglesia, sin renunciar a su libertad, y desde posiciones sin mando y desinteresadas, siguen escribiendo, hablando, leyendo u oyendo libremente, sin sucumbir o tratando al menos de denunciar con su conducta las inadmisibles y condenables maneras de esta nueva y, para mí, terrible inquisición.


Leopoldo Diez de Fortuny
San Sebastián a 12 de abril de 2011.

 Leído en Fe Adulta

1 comentario:

María Victoria Cano dijo...

Hola Felipe. Creí que mi pensamiento era mío y ahora resulta que hay personas ajenas a mí que entran en el y transcriben lo que encuentran. Pues que bien. Yo no hubiera podido decirlo mejor. Gracias por clarificar de forma ordenada esta inquietud que me corroe y que por falta de orden me confunde demasiado. Hay personas como este tal Leopoldo Diez de Fortuny que si sabe que hacer con su sabiduría... hablar por medio de ella, de los sentires ajenos.
Ya sabes...si puede ser, capuchino