Recuerdo, no con mucho entusiasmo, la época en la que “otros” decidían por nosotros los libros que podíamos leer, las películas que podíamos ver y también aquello que debíamos pensar. Me vienen a la memoria las imágenes de muchos españoles viajando fuera de España para poder vivir en libertad o incluso para ver cine. La ciudad francesa de Perpiñán, cercana a la frontera catalana, se hizo de oro programando películas que los españoles no podían ver en España.
El paso del tiempo ha servido para dejar pasar aires de libertad y derrotar los afanes censores de todo tipo que hemos sufrido durante siglos. Pero han vuelto las prohibiciones, empiezan de nuevo a dejarse ver, hoy la prohibición del uso del burka, las corridas de toros, el uso de la ropa que debemos llevar en ciertas zonas de la ciudad. ¿Qué vendrá a continuación?
No creo que estemos asistiendo a una nueva instauración del Santo Oficio. Pero empiezo a estar preocupado. ¿Son los Parlamentos, regionales o nacionales, quienes deben legislar los gustos o el comportamiento moral de los ciudadanos? ¿O más bien deben velar por que existan marcos legales donde podamos convivir personas con diversas morales y gustos?
La convivencia democrática exige el reconocimiento del otro como alguien necesario para andar el camino. Respetemos de una vez la libertad de ir y de marchar, de estar y de quedarse, sin imposiciones que manchan y degradan nuestra convivencia.
Aplicar cierta higiene mental, sería fundamental para equilibrar las visiones y hacernos una idea clara de la realidad. A los parlamentarios y a los que os gobiernan pidámosles que trabajen, que se apliquen al interés general y no pierdan el tiempo. Siempre hay momentos para reflexionar. Hagámoslo.
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