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jueves, febrero 16

Saber usar el tiempo

El tiempo es un bien único, insustituible y escaso, del que están hechas nuestras vidas. Si lo perdemos, estamos perdiendo la vida. ¡Y qué poco lo valoramos y qué mal lo gestionamos! Debemos aprender a administrarlo. Desde la escuela se nos debería enseñar a valorarlo y a gestionar el tiempo. 

Lo precisamos para todo. Para trabajar, descansar, divertirnos, educar a los hijos, practicar un deporte, leer, viajar, aprender, amar. Hace falta tiempo para reflexionar, intercambiar opiniones, participar, es decir, para ser un activo ciudadano; un ciudadano que contribuya, en la medida de sus posibilidades, al fortalecimiento de la democracia, y que debe realizar aquellas actividades –solidarias, formativas– que le proporcionan estímulo para la convivencia y autoestima.

Cada persona debe preguntarse: ¿por qué me falta tiempo? ¿En qué lo pierdo? ¿Cuál es la mejor manera que tengo de usarlo? Y formular sus propias respuestas, que dependerán de sus condiciones de vida y de sus prioridades. Si no lo hacemos, estaremos en manos de los demás y de las circunstancias. 

Debemos convertir nuestro tiempo en felicidad, optimismo y alegría compartida, y no emplearlo en proyectar sobre los demás frustraciones y rencores. Hagamos que las 24 horas de las que disponemos sean fructíferas. Convirtamos la puntualidad en una virtud y una exigencia ética, y no lleguemos tarde a citas y reuniones, porque el tiempo de los demás merece ser tan respetado como el nuestro. “Sé tú mismo el cambio que esperas ver en el mundo”, decía Gandhi.

Todo ello resulta cada vez más difícil, pero también más necesario, en un mundo como el actual en el que, por primera vez en la historia, el ser humano es consciente de que le falta tiempo. Vivimos continuamente con prisas. No nos basta con tener un buen empleo, una excelente familia, amigos de toda la vida –todo ello dificilísimo–, sino que también deseamos que sea compatible con el gimnasio, leer, seguir cursos de idiomas, ir a espectáculos, ver la televisión, viajar, ayudar a una ONG y muchas cosas más. 

A nuestros hijos les metemos en la misma vorágine. El resultado es que nos sentimos abrumados luchando contra el tiempo, lo que produce estrés, sensación de que no llegamos, insatisfacción.

Hagamos un alto en el camino, y reflexionemos. Démosle tiempo al tiempo. Aprendamos a valorar cada minuto de la existencia, porque en eso consiste el arte de vivir. Debemos tener claro una escala de prioridades; no todo es importante.

La falta contemporánea de tiempo, común a muchos países, se une en España a una dificultad añadida: la irracionalidad de nuestros horarios. Muchos sufren prolongadas jornadas laborales que les obligan a llegar a casa tarde y agotados, y a dormir poco y mal; y les deja sin tiempo para compartirlo con la familia, ni para formarse y distraerse. Ello repercute en la elevada siniestralidad laboral y de tráfico, en la baja productividad, en un alto grado de absentismo, en un mayor número de separaciones matrimoniales, en la baja natalidad.

Ser felices dentro y fuera del trabajo es posible y debemos hacerlo realidad.

 

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